Por instinto, siempre llevaremos la necesidad del afecto hacia nuestras raíces. Tanto la identidad como el apego nos acompañarán en el medio ambiente natural, pues la conexión con el entorno también lleva un sentimiento maternal. Esa madre que nos rodea, llamada naturaleza, ha sido incondicional con todos nosotros; pero, ¿de qué manera le hemos retribuido tantas bendiciones?
Hay algo muy cierto: todo lo que le ocurra a la Tierra le ocurrirá a sus hijos. Ahora no nos damos cuenta del daño causado, en cada acto, a nuestro paso por la gran casa. Pero las generaciones futuras sufrirán las consecuencias del maltrato a la madre naturaleza.
Como ya se ha explicado, la Tierra no es herencia de nuestros padres, sino un préstamo de nuestros hijos. Si conviviéramos con esta visión, tendríamos mejor cuidado en las relaciones con un ecosistema que no nos pertenece; todo lo contrario, le pertenecemos a él.
Como decía Robert Green Ingersoll: «En la naturaleza no hay premios ni castigos, solo hay consecuencias». Y es lo que debemos medir cada vez que atentamos contra ella. El flagelo de las catástrofes ambientales se debe, cada vez más, al resultado de nuestros hechos.
Si hemos llegado hasta aquí, detengámonos unos minutos y pensemos: ¿Qué ser vivo no se siente protegido en el regazo de su mamá? Así, en la metáfora del mundo, un árbol es el cobijo perfecto para cualquier inspiración, descanso, reflexión y conexión con la madre naturaleza. Sus frutos, nuestro alimento; su oxígeno, el aliento de vida.
Apartemos por un momento los desórdenes de la modernidad, y acerquémonos a una madre que nos necesita, y nosotros a ella. Si reavivamos el vínculo para el equilibrio de nuestras vidas, sentiremos el amor que mutuamente existe entre madre e hijo.
Capacidades emocionales como la compasión y el perdón dependen, en parte, de qué tan conscientes somos de que formamos parte de un todo y de que somos uno. El ecosistema no es un producto que se compra en una tienda, somos parte de ese entorno invaluable.
Las manos de la madre naturaleza estarán siempre allí para acariciarnos y cobijarnos. Que nuestra indiferencia no le gane la batalla al aprecio y al valor que le debemos. Queda de nuestra parte demostrar la reciprocidad necesaria.