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La responsabilidad de todos

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Uno de los mecanismos básicos en la formación psico-sociológica de los seres humanos es el instinto gregario, o sea, el que nos impele a vivir en colectividad. Reza un proverbio que «tenemos más de león que de tigre».

Cuando somos niños, precisamos de la familia. A medida que crecemos y forjamos nuestros puntos de vista, nos vamos integrando a la comunidad y asumimos, en mayor o menor escala, sus patrones sociales, políticos, filosóficos y religiosos.

¡Los humanos somos moldeados como entes grupales! Nuestro andar está condicionado por una existencia social que impone códigos éticos y reglas de conducta. Y aunque el proverbio afirma que «tenemos más de león que de tigre», no quiere decir que formemos parte de una manada en la que impera la ley de la selva. ¡No es así!

La colectividad asigna compromisos, exige disciplina y respeto por los valores físicos e intangibles de los demás. A todos se nos reclama un grado de responsabilidad social. Muchas de estas obligaciones están amparadas por decretos y leyes institucionales, pero otras no.

La mayoría de nuestros deberes con la sociedad son modelos elementales de convivencia, simples normas de comportamiento que no constan en libros de leyes o en panfletos de ordenanzas, pero miden el grado de compromiso con que actuamos a favor o en contra de los intereses vitales de la comunidad.

Entre estos modelos resalta la necesidad de ser respetuosos y tolerantes con los demás, aunque piensen diferente; no discriminar a nadie por su raza, posición económica, edad o creencias; valorar y respetar el pasado y la cultura de la sociedad, ser corteses y educados, venerar la naturaleza, cuidar el medioambiente, luchar por los sueños sin esquilmar a otros y alcanzar el éxito no solo pensando en el bienestar propio, sino en el de todos.

Cuando actuamos con responsabilidad social beneficiamos a todos y, a la vez, nos favorecemos nosotros mismos. Cito un ejemplo negativo: quien conduce un auto en estado de embriaguez tiene grandes posibilidades de lastimar a otros, pero está propenso también a ser víctima de su propia indisciplina. ¡La irresponsabilidad social suele tener doble filo! Afecta tanto al que la sufre como al que la practica.

Las obligaciones sociales nos protegen a todos sin excepción. Su cumplimiento y respeto dicen mucho del nivel de instrucción, de la hospitalidad, la decencia y la cultura de un pueblo.

Desde el punto de vista individual, actuar en la vida con responsabilidad social nos hace más sensibles, atractivos y mejores seres humanos.