Mario Benedetti, el gran poeta y escritor uruguayo, nos legó una obra eterna que le vale para ser considerado uno de los más importantes hombres de letras, de habla hispana, del pasado siglo.
La espiritualidad que fluye de su creación es profunda, siempre logra inspirarnos, posee un hechizo que nos estimula a vivir y amar la poesía. Me decidí hoy a seleccionar este tema, movido precisamente por un poema suyo que se titula Los estados de ánimo.
Dice Benedetti en uno de los fragmentos del poema: «Unas veces me siento como pobre colina, otras como montañas de cumbres repetidas… Unas veces me siento como un acantilado y en otras como un cielo azul pero lejano».
¿Qué provoca que nuestros estados de ánimo sean variables? ¿Por qué unas veces nos sentimos como una pequeña colina y otras como una montaña gigante de cumbres repetidas? ¿Cuánto influye todo esto en nuestras relaciones con los demás?
No podemos confundir estados de ánimo con emociones agudas. Éstas, como el miedo y la sorpresa, son más intensas, nos golpean sin esperarlos y tienen, por lo general, poca duración. ¡Los estados de ánimo no! Son una manera de «estar», una manifestación emocional menos intensa, pero más prolongada y muy influyentes en el contorno donde nos desenvolvemos.
Todos somos propensos a ser castigados o agraciados por el momento anímico que atraviesan los demás. Cuando interactuamos en un ambiente «caldeado», apático, de brazos y hombros caídos, es muy difícil escapar de las malas influencias. Son contagiosas.
Por suerte, no siempre es así. Hay ocasiones en que somos nosotros los que estamos cargados de energías negativas y, en medio de un contexto ameno, del que emana buen ánimo o buen humor, nos relajamos, nos suavizamos. Somos agraciados.
Varias razones determinan los estados de ánimo. Entre otras, el estrés, las relaciones familiares y laborales, la incapacidad para enfrentar algún fracaso y los pensamientos negativos. Incluso, hay quienes aseguran que la falta de ejercicios físicos y una mala dieta también influyen negativamente.
Algunos de esos motivos son elementos exteriores que hay que saber afrontar, porque no podemos evitarlos. Están ahí, forman parte del contexto. Sin embargo, hay uno, básico, que es de nuestra única responsabilidad: los pensamientos negativos.
Un nutriente que puede desencadenar un mal estado de ánimo es la memoria. Nos levantamos, rememoramos algún hecho nada agradable que pudo sucedernos años atrás y, si no sabemos controlarnos, nos convertimos en víctima de nuestra propia manera de pensar. Hay que eliminar los pensamientos negativos, hay que ver la realidad, más que con un cristal de colores, con un lente positivo.
Si recordamos buenos momentos, ocurre todo lo contrario. Nos llenamos de fuerza, nos invaden energías positivas, damos gracias a Dios o a la naturaleza, según nuestra filosofía, por brindarnos la posibilidad de vivir y luchar otro día, insuflados de optimismo y con un inmejorable estado de ánimo.
Nunca ser «una laguna insomne con un embarcadero ya sin embarcaciones, una laguna verde, inmóvil y paciente», sino, según Benedetti, «un manantial que brota entre las rocas».