Para muchos, ser pacientes es una manera extemporánea de enfrentar la vida, un rasgo del carácter de la especie humana que jugó su papel durante siglos, pero inhabilitado ya en estos agitados tiempos que nos ha tocado vivir. Todo conspira para que se considere anacrónica.
Sin embargo, más que un simple rasgo de carácter, la paciencia es una virtud de los seres humanos que está muy estrechamente relacionada con otras bellas cualidades, sobre todo con las consideradas cualidades o virtudes cardinales, como son la prudencia, la justicia, la templanza y la fortaleza.
¿Puedo ser prudente sin tener paciencia? ¿Podemos ser justos apresurando una decisión? ¿Es posible disponer de la templanza necesaria para asegurar el dominio de la voluntad sobre los instintos, sin paciencia? ¿Estamos en disposición de ser firmes ante las dificultades y ser constantes en la búsqueda del bien, sin la fortaleza que nos brinda la paciencia? ¡Nada de eso es posible!
Pero, si lo analizamos desde el punto de vista que supone a la paciencia como una cualidad dependiente de las cuatro virtudes esenciales, a las que no me atrevería nunca a restarle importancia, acunamos que cuando una de ellas falla, de lo primero que comenzamos a carecer —para nuestro mal— es de la paciencia.
Podemos mirarla a través del lente que más esté acorde a nuestros puntos de vista. Siempre esa señora, tan vilipendiada hoy día que es la paciencia, decide rumbos y vidas.
Margaret Thatcher, con esa ironía que la caracterizaba, llego a decir: «Soy extraordinariamente paciente, con tal que al final me salga con la mía». Podemos o no estar de acuerdo con las posiciones políticas que adoptó y con muchas de sus decisiones, pero de que era una mujer brillante nadie lo pone en duda. Una personalidad de tamaña envergadura mundial, se califica como «extraordinariamente paciente». ¡Cuánta importancia le concede a esa cualidad a la hora de proponerse un objetivo!
Es cierto que la vida moderna es más dinámica cada día, los inventos y las innovaciones tecnológicas sustentas este vertiginoso desarrollo de cuyo vórtice formamos parte, pero no podemos dejar que todo ese progreso, impulsado por la propia genialidad de la mente humana, se nos vire en contra. No es admisible —por nuestro bien— que nos consuma, que altere nuestros tempos normales como seres humanos, lo cual tampoco quiere decir que demos la espalda a todo lo que acontece.
Sencillamente podemos adaptarnos a estos tiempos, pero manteniendo siempre límpidas las más genuinas cualidades que nos ha otorgado Dios o la naturaleza, como quieras analizarlo. Podemos vivir, disponer y disfrutar de esos adelantos que hacen la vida más ágil, eficiente y cómoda, sin la necesidad de dejar de ser nosotros mismos. Sin dejar de sentir y vivir como un ser humano, cuyo corazón tiene que mantener sus latidos a un ritmo normal; aunque tengamos la posibilidad de enterarnos, mientras caminamos por una calle cualquiera, de lo más terrible que acontece en esos precisos instantes en cualquier lugar del mundo o de la noticia que más nos va a alegrar la vida.
En ese momento nos damos cuenta que quienes consideran a la paciencia un don de otro siglo, son los verdaderos extemporáneos.