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Un río con brillo de fuego

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Hace muchísimos años, en China, un gobernador le pregunta a un sabio por qué su población no lo acepta. —No me quieren—, le dice. El sabio lo lleva hasta la orilla de un río y lo obliga a mirar la corriente durante horas. Después lo sienta al borde de una intensa fogata, pero el gobernador apenas resiste unos minutos, se levanta. —¡El calor es insoportable!—, comenta.

—Ahora que has visto el fuego—, le dice el sabio— ya sabes cómo no debes liderar. El fuego es imponente, la gente lo observa con miedo, produce mucho calor, quema, en minutos lo consume todo, se destruye a sí mismo y de su obra solo quedan cenizas; sin embargo, el río es silencioso, humilde, avanza en un solo sentido, decidido a fundirse con el mar; se adapta a las curvas del camino y produce bienestar por donde cruza. El sabio concluye: ¡Gobierna como el río, notarás la diferencia!

La realidad ha cambiado mucho, pues la historia anónima tiene más de 2.000 años de antigüedad; pero las particularidades de un buen líder se mantienen intactas. Hoy día se sigue valorando, quizás como nunca antes, su importancia básica a la hora de emprender un proyecto económico, político o social. Si en algo discrepo con la anécdota, respetando la sapiencia asiática, es en el hecho de que un buen líder también ha de tener fuego, sobre todo de su brillantez. El líder, como el fuego, ha de brillar con luz propia. ¡Un río, pero con brillo de fuego!

Un ser humano opaco o decidido a hacer brillar la luz de otro, quizás pueda ser jefe de una gran empresa y hasta gobernar una nación (o tratar de hacerlo), pero nunca tendrá el talante de un guía eficaz, capaz de hacer avanzar un  proyecto.

El liderazgo se ejercita de forma natural, nunca se impone. Para ello se requiere de carisma. Es imprescindible que la autoridad la interprete como una herramienta al servicio de sus ideas, es cierto, pero también al servicio de los demás, tengan el pensamiento que tengan. El verdadero líder se rodea de personas capacitadas porque, ante todo, respeta y aprovecha el talento ajeno en función de sus aspiraciones.

Nunca divide, siempre une. Tiene que saber y estar dispuesto a escuchar, a dialogar. Cuando se cierran oídos y entendederas, se cava la tumba del líder y, a veces, de no se sabe dónde, emerge el jefe, encabezando su subordinada cadena de mando. Puede ser eficiente y cumplir su cometido, no digo que no, pero nunca será tan respetado y querido ni tan eficaz como un verdadero líder.

La capacidad de liderazgo se forja poco a poco. No es extraño que quien la posea, en un principio, ni se percate de ello y necesite de alguien que alguna vez le diga: «Tú puedes». No se designa a dedo. Para ser líder no se necesitan documentos probatorios, su actitud ante aquellos que dirige dice más que cualquier nombramiento protocolar.

Un buen líder es susceptible al cambio, se impone sueños grandes que prueben su talento y el talento de todos aquellos que forman parte de su empeño. Vive consciente de que, como dijera el gran Aristóteles, es más valiente el que conquista sus deseos que el que conquista a sus enemigos. ¡Un buen líder, no lo duda!